domingo, 18 de julio de 2010

Hospital Blues III - Cortázar


Observaciones inquietantes


La ciencia médica hace prodigios en los hospitales, y se acerca el día en que habrá barrido definitivamente con los variados gérmenes, microbios y virus que nos obligan a asilarnos en sus blancas salas protectoras. Lo único que la ciencia no conseguirá vencer jamás es las miguitas de pan.

Las llamo miguitas porque me gusta la palabra, pero en realidad las peligrosas son las costritas o cascaritas, eso que todo pan bien nacido disemina en torno suyo apenas le metemos mano con fines de deglución. Sin que nos demos cuenta hay como silenciosas explosiones en la superficie del pan, y cuando creemos haberlo comido ocurre que las miguitas han saltado a los lugares menos esperables y están ahí, invencibles y sigilosas, prontas a lo peor.

Uno agota su imaginación tratando de averiguar lo que pasa. Después de haber almorzado en su cama, bien sentado, con las colchas y las sábanas perfectamente tendidas, la bandeja sobre las rodillas como una protección suplementaria, ¿cómo es posible que en ese instante en que suspiramos satisfechos y nos disponemos a encender un cigarrillo, una miguita se nos incruste dolorosamente allí donde la espalda cambia de nombre? Incrédulos, pensamos que es una reacción alérgica, un insecto capaz de burlar la higiene del hospital, cualquier cosa menos una miguita; pero cuando levantamos las sábanas y la región martirizada, toda duda se desvanece: la miguita está ahí, convicta y confesa, a menos que se haya adherido con todos sus dientes a nuestra más sensible piel y tengamos que arrancarla con las uñas.

He hecho la prueba: después de levantarme indignado, he abierto la cama en toda su longitud y procedido a una minuciosa sucesión de sacudidas y soplidos hasta tener la seguridad de que la sábana se presenta tan impoluta como una banquisa polar. Nuevamente acostado, llega el agradable momento de abrir la novela que estoy leyendo y encender el cigarrillo que tan bien se alía con el crepúsculo. Pasa un rato de perfecta paz, el hospital empieza a dormirse como un gran dragón bondadoso; entonces, en plena pantorrilla, una punzada pequeñita pero no menos devastadora. Enfurecido me tiro de la cama y miro; miro sin necesidad puesto que ya sé que está ahí, microscópica y perversa. Siempre estarán ahí, a pesar de Pasteur, del doctor Fleming y de las potentes aspiradoras que todo lo tragan: todo, sí, menos a ella. Ah, si pudiéramos decir: ¡El pan nuestro de cada día dánoslo hoy, pero quédate con las miguitas!


1 comentario:

Ale dijo...

Mmm... antes de comerlo, golpea el pan contra la pared, así logras que se desprenda una buena cantidad de miguitas, reduciendo así la probabilidad de que alguna se aparezca inoportunamente, en sitios inesperados.